Comentario
En 1764 Rodríguez fue nombrado arquitecto supervisor del Consejo de Castilla. Las últimas décadas de su actividad fueron intensísimas, proyectando obras nuevas, supervisando proyectos ajenos, redactando informes técnicos, o dedicándose a la Academia. La edilicia pública -municipal o centralista- puso en sus manos la resolución de numerosos problemas sobre casas consistoriales (Haro, 1769; Toro, 1776; Miranda de Ebro, 1778; Pravia, 1779), mercados, plazas, paseos, escuelas, cárceles (Brihuega, 1779), puentes (Pariza, 1772; Miranda de Ebro, 1778); teatros (Murcia, Sevilla, Coruña, 1768; Palencia, 1775), cementerios, hospicios (Oviedo, 1765; Gerona, 1776; Olot, 1778), cuarteles, establecimientos termales (Caldas, 1773; Trillo, 1775), además de las iglesias de Patronato Real, cuyos asuntos, legislados en 1773, quedaron a cargo de la Cámara de Castilla. Rodríguez se alejaba cada vez más del pie de obra y tuvo que confiar la ejecución en contratistas y discípulos de confianza, "maestros provinciales que -como escribió Chueca Goitia- vienen a ser como una especie de aparejadores... y se van formando a fuerza de las correcciones e instrucciones derivadas de estos célebres profesores".
Entre los más de ochenta proyectos supervisados destaca por su importancia la ordenación urbanística de la Plaza Mayor de Ávila presidida en uno de sus lados menores por el Ayuntamiento (1773), dignificado mediante su encuadre entre torres, un pórtico con columnas y frontones curvos y rectos en los balcones del piso principal. El recuerdo estaba fijado, evidentemente, en las plazas mayores de Valladolid y Madrid. El primer proyecto del Ayuntamiento de Burgos (1773) repetía el de Ávila, pero la Plaza iría regularizándose progresivamente al ritmo de la renovación del caserío antiguo. La idea, que probablemente dejaba uno de los lados menores abierto al río, no fue del agrado del Concejo y tuvo que adaptarse en un segundo proyecto (1783) a la parcela que actualmente ocupa.
Desde 1770 la Cámara de Castilla, vinculada al Consejo, atendió a la construcción de iglesias de Patronato Real, privilegio de la Corona sobre la erección de templos en territorios reconquistados, geográficamente aplicable al Reino de Granada. Si se exceptúa algún edificio sobresaliente, como la Colegiata de Santa Fe (1771), estas iglesias provinciales (Vélez de Benaudalla, 1776; Alavia de Taha, 1777; Níjar, 1778, Algarinejo, 1779; Cajar, Gádor, Iznalloz, Olula del Río, 1780; Picena, 1782; Molvizar y Lecrín, 1783) están marcadas por su funcionalidad y economía, que finalmente influyen en su aspecto sobrio, con superficies desnudas y volúmenes simples y desornamentados. Pero Rodríguez siguió ofreciendo estructuras planimétricas longitudinales o en cruz griega, acentuando la centralización, y marcando la interpenetración espacial y la composición unitaria del Barroco. A estas obras se refiere básicamente el estilo de masas desornamentadas como opción estética consciente de Rodríguez, que Reese sitúa entre 1775 y 1785, y que para Marías es el resultado del funcionalismo y el escaso carácter representativo de estas iglesias rurales. Para esta empresa el arquitecto había enviado a Andalucía a Manuel Machuca y Vargas en 1775, pero las realizaciones fueron supervisadas por los arquitectos Domingo Lois Monteagudo y Francisco Quintillán. Aunque construidas en Vizcaya, las parroquias de Zaldívar (1776) y Larrabezúa (1777) se adecúan perfectamente al caso, llegando a reproducir las plantas.